Estos son algunos de los cuentos, historias y leyendas de la localidad de Alosno.
"Vamos al horno"
Esta pequeña historia cuenta de donde proviene el pueblo de El Alosno y su nombre.
En un pequeño territorio de la provincia de Huelva había una pequeña población llamada el Portichuelo. Era una pequeña aldea en la que sus habitantes eran personas trabajadoras, dedicadas a la agricultura y la ganadería.
A unos metros de la aldea estaba un pequeño "recinto" en el que había un horno de pan donde los habitantes de la aldea del Portichuelo iban a hacer su propio pan.
Los habitantes de la aldea decían "¡Venga, vamos al horno! Vamos al horno".
De tanto usar esta expresión, al lugar donde estaba el horno de pan se le quedó el nombre de "Alorno" y los habitantes del Portichuelo decidieron irse a vivir al lado del horno y trasladar toda la aldea allí.
Así surge el actual nombre de Alosno y es donde hoy día se encuentra este pueblo onubense.
Los habitantes de la población, tenían una gran fe a un Cristo que había en una ermita, el Señor de la Columna. Por lo que, aquel año seco, en la tarde-noche del Viernes Santo cuando este Señor salía en procesión por las calles del pueblo, decidieron llevarlo a los campos, para pedirle y rogarle que se terminara la sequía.
Y así fue, cuenta la gente mayore del pueblo, que al día siguiente llovió, por lo que así se terminó la sequía.
Hoy en día, cada vez que hay un año que llueve poco, llevan al Señor de la Columna a las afueras del pueblo y lo ponen mirando para los campos, esperando que traiga la lluvia.
"Un año de sequía"
Cuenta la leyenda que en un pueblo del Andévalo de Huelva, Alosno, hubo un año de mucha sequía.Los habitantes de la población, tenían una gran fe a un Cristo que había en una ermita, el Señor de la Columna. Por lo que, aquel año seco, en la tarde-noche del Viernes Santo cuando este Señor salía en procesión por las calles del pueblo, decidieron llevarlo a los campos, para pedirle y rogarle que se terminara la sequía.
Y así fue, cuenta la gente mayore del pueblo, que al día siguiente llovió, por lo que así se terminó la sequía.
Hoy en día, cada vez que hay un año que llueve poco, llevan al Señor de la Columna a las afueras del pueblo y lo ponen mirando para los campos, esperando que traiga la lluvia.
"La cruz del Puerto de Trigueros"
Hace
ya muchos años, tantos que desde entonces hasta la fecha, he
envejecido siendo yo un niño, todavía, jugaba con otros muchachos
en el lugar preferido por nosotros para nuestros recreos infantiles.
En
la puerta de la iglesia se encontraba sentada la tía María, que era
las más vieja del lugar, tenía 100 años, los pelos blancos, los
ojos como de risa y la voz muy temblona.
Todos
sabíamos porque ella no se cansaba de recordar lo que había
trabajado de niña auxiliando a los peones en la edificación de la
Iglesia, de nuestro pueblo y que ya de mujer, vio cruzar por estas
calles a las aguerridas tropas Napoleónicas, aquellos dragones
altos, arrogantes y fornidos cuyos corceles sacaban con sus cascos
chispas del empedrado.
El
más vivaracho de nosotros se acercó a la tía María diciéndole:
- Usted que todo lo recuerda, ¿sabe qué significado tiene la cruz del puerto Trigueros?
Con
una benévola sonrisa acogió esa pregunta y llamándonos hacia ella
nos dijo con su voz temblona y cascada:
- Venid y escuchad la historia que voy a contaros.
En
tiempos muy remotos grandes y espesos breñiles cubrían los montes y
las llanuras desde el cabezo de los Guijos hasta el arroyo de la
Tiesa.
Manadas
de hambrientos lobos y de fieros jabalíes buscaban seguro refugio
bajo los añosos troncos de seculares matas de charnecas. Enormes
balsas de adelfas y zarzas aprisionaban en cauce de la ribera (del
Agustín) y del arroyo de Papachanes). Jamás nadie por valeroso que
fuera osó nunca rebasar aquellos inaccesibles contornos, ni mucho
menos cruzar sus ocultos senderos donde nunca el sol penetraba.
Únicamente el sanguinario “Perentón”, con su cuadrilla dominaba
como señor absoluto aquellas tierras.
La
contramina del “Silillo” les servía de madriguera y en una de
sus galerías guardaban el fruto de su diaria rapiña.
La
crueldad de esos temibles bandoleros, tenía presa de terror y de
espanto a los habitantes de toda la comarca, pues no pasaba un día,
sin que la triste crónica de sus fechorías registrase un caso de
bestia ferocidad. Y ocurrió un día que Martina, la zagala más
bonita de la antigua aldea del Portachuelo que apacentaba con su
pequeño rebaño de ovejas a dos tiros de ballesta de los linderos
del monte, lloraba con lágrimas de gran dolor la pérdida de su
ovejita preferida. Temerosa de provocar el enojo del tío Benito, el
viejo pastor que allá en la choza esperaba a la pobrecita muchacha,
que sin cesar de llorar anduvo mucho buscando por todo el valle a la
pobrecita “Ligera”, nombre con el que solía llamar a la ovejita.
De
vez en cuando paraba sus pasos y conteniendo la respiración
escuchaba muy atentamente pero nunca oía el dulce valido de su pobre
amiga.
Tan
fuera de sí anduvo la pobre pastorcilla que sin darse cuenta de ello
se internó en el monte donde a poco fue sorprendida por uno de los
bandidos. La desgraciada Martina lloró a raudales, pero ni estas ni
sus eternas súplicas lograron conmover el corazón de la hiena y sin
que nadie pudiera venir a defenderla se vio prisionera entre los
brazos de aquel malvado y bruscamente transportada a la cueva del
capitán.
“Perentón”
la recibió con grandes muestras de alegría ofreciéndole su
camarada.
Más
tarde aquel cuerpo purísimo de nacarado brillo como el alabastro
había sido profanado con el asqueroso contacto del hombre sin
entrañas.
Aquellos
labios se sintieron abrasados por los besos se aquel malvado.
Transcurrieron algunos días y la desaventurada Martina cayó vencida
bajo el peso de una gran melancolía. Los bandidos más respetuosos
con los despojos de la muerte que con la desgracia viva, sepultaron
su cuerpo en una de las covachuelas de la mina y taparon su estrecha
y negra entrada.
Desde
entonces todas las noches al toque de las ánimas, lucientes
fosforencias se agitaban de un lado para otro en el lugar del monte
donde el bandido sorprendió a Martina y el viento llevaba a los
prados cercanos mil contusos ruidos de dolor y gritos de
desesperación. El miedo que aquellas fantásticas apariciones
causaban a todos los habitantes de las próximas aldeas, decididos a
consultar el caso con el cura del pueblo cercano, hombre que tenía
fama de virtuoso y de muy versado de teología. El buen padre después
de largo meditar puso en conocimiento a los amedrentados campesinos
de que aquellas fosforescencias eran el alma de la desafortunada
Martina que vagaba errante hasta que la piedad de los hombres
dedicara algún recuerdo a su memoria. Al día siguiente fue puesta
la primera piedra del pedestal sobre el que se alza hoy la “Cruz
del Puerto Trigueros”, recuerdo de la pobre zagala de la más
bonita de la aldea del Portachuelo.
Alosno,
21 de junio de 1905
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